En mi memoria


Sangre derramándose. Sangre cayendo sobre cartas, espadas, y coronas. Sangre. Es innegable que la sangre le imprime un carácter de vida o muerte, a cualquier cosa que toca. Si algo se marca con sangre, tenemos que decir que efectivamente una vida se está derramando sobre algo, y cuando lo toca, esto, pierde su naturaleza. Una carta con sangre, le da otra connotación. Es tocar un poquito de inmortalidad. Y lo mismo pasa con la vida. Dale sangre, y verás que se transforma en algo lleno de trascendencia: Una cosa es amar, otra es perder la divinidad, o morir, por amor.
Y es verdad, para qué negarlo. Es impresionante ver esos cuadros llenos de vida martirizada o leer que una vida de un semi-dios es atormentada a diario. Pero...¿No deberíamos ir más allá? Es verdad que en esos cuadros, y en esas historias alguien sufre. Alguien muere, y no lo hace de forma rápida, sino en un tormento contínuo, lentamente; y lo peor, normalmente es un castigo por algo que no parece trascendente. Un bocado de comida te deja viviendo por temporadas en el Hades. Disfrutar, ver, oír una mujer, te encadena al abismo. Robarte el fuego puede terminar por robarte las entrañas. Pero lo peor, para mí, es esa eterna espera (qué es peor que deshacer lo que hilamos a diario). Qué paradoja: Lo trascendente por lo intrascendente. Parece algo injusto. Un dios injusto. ¿Pero será la vida diaria, esa? ¿Qué Dios sería ese? ¿No será que estamos creyendo y juzgando por unas imágenes e historias, con una apariencia velada?
Y si entramos a juzgar a los demás cómo si una sola acción fuera suficiente y les negamos la posibilidad de resarcirse. ¿Cómo estamos juzgando? Pero más allá de eso. ¿Cómo nos estamos juzgando? ¿Nos atormentamos? ¿A diario?
Si leemos una historia o vemos un cuadro, pero se revelan sobre nosotros, para darnos una naturaleza de juicio. Hay que pensar en dónde puede estar también la justicia. Y es que en las historias griegas, el propio castigado, se hizo merecedor de su castigo. La falta, pequeña o no, era propia. Pero, qué del que se muere por otro. En los cuadros de mortificación, alguien se muere por la humanidad, por otro, y en este caso, no hubo una causa propia que desatara el castigo.
Qué mejor que llevarse esta obra de justicia, puesta, pero no para juzgar, sino para extender misericordia, a diario. A los demás, si. Pero sobretodo, a nosotros. Aquí no hay una espada de Democles encima nuestro todos los días. Ya le cayó a Uno (tomando nuestro lugar), para siempre.

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Yo siempre me voy a acordar de ti, como una voz muy clara y contundente (que se parece más a un silencio). Dios quiera que halles la gracia que te permita recordar el sacrificio del Señor, con una letra antigua, una A (para que te acuerdes del inicio y el fin del tiempo).
Dios quiera que El se quede en tu memoria, para no ser una imagen que evoca un juicio, sino una que te hace recordar que en el futuro siempre hay justicia. Si por el contrario, sale de tu memoria, habrás olvidado una parte tuya.  Una a través de la que existes y eres.
Por eso, en mi memoria, aún me estás diciendo que quieres escucharlo. Y yo, aún te sigo contestando que El hace rato te está esperando, en mi memoria.

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