Un segundo eterno
Hay
vidas que no parecen nuestras, y sueños que debieron serlo. Y como el mar se
ve a veces hermoso, y a veces, no tanto; la memoria a veces nos recuerda lo que
no queremos y olvida los detalles. Las sensaciones, el sol exacto, el
viento preciso, los pierde. Borra casi todo. El recuerdo nos deja los cálculos. Si significaba o no lo que pensábamos, pero sin dejarnos vivir el instante.
Lo paradójico es que el presente, tampoco nos deja cuantificarlo todo. El presente nos deja sólo el vivir. Y en él, creemos que
ese presente es puro, sin mancha. Pero realmente vivimos conforme a nuestra memoria. No amamos
como la primera vez, amamos como un reflejo de lo que nos ha pasado, de lo que
entendemos por amor, proyectamos una imagen nuestra. Amamos llenos de recuerdos.
Pablo,
que no cree casi en nada, que se acuerda de Dios con las matas de la casa, y
piensa que tener hijos sería ser irresponsable con la humanidad. Pablo que no
ama a todos, y lo reconoce, ama, en una extraña pureza: Cómo ser feliz
si mi hermana está triste.
Es esa reacción de Pablo, una cuestión de
oferta y demanda? Un cálculo neto de químicos, de resultados? Será éste el cálculo
correcto? Es posible vender mi alma eterna en segundos, en palabras? Sólo somos
eso? Lo cuantificable?
Qué
extraño. Yo pensé que me enamoraba de los silencios, de las risas. Pensé que a
mi me gustaban los errores, los desaciertos. Creí que ver llorar y no saber que
decir era hermoso.
Creí
que el amor, como el arcoíris, tenía una naturaleza única, innegable. Era sutil
e imponente. Pensaba que el amor era capaz de cambiar la naturaleza del que lo toca.
Confiaba que fuera tan cierto como un segundo. Inmenso. En mi memoria, un
segundo eterno.
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