En la mitad del puente


En un camino largo no se ve fácilmente el final. Estás caminando y asumes que vas por el camino correcto, pero no tienes la certeza. Asumes que devolverse no tiene sentido; pero entre más caminas, te parece que lo mejor sería devolverse. Devolverse al lugar que conoces. A ese que juraste no volver. Pero lo grave en realidad no es devolverse, sino que se devuelva la misma persona que salió.

Me pregunto si eso nos pasa a todos en este lugar del tiempo en que las cosas se ven inmóviles. Asumo que no. Pienso que hay personas que utilizaron el espacio para cambiar su tiempo. Pero no sé si soy de las afortunadas, o si por el contrario, me he confinado a una serie de leyes que me han impedido moverme en el tiempo.

Y la verdad, a esta altura de la noche, ya ninguna luz parece correcta y todo parece un poco equivocado.

Lo bueno es que siempre se puede cambiar, re-inventarse, y mirarse diferente. Siempre hay un momento para tatuarse una palabra nueva en el alma. 

Porque una cosa es clara, a veces no es el camino equivocado, sino nosotros los que no permitimos ser transformados en el. Tal vez no es la vida, sino nosotros que no sabemos vivirla.

Y en esa búsqueda por intentar vivir de la mejor manera posible (como si la vida tuviera una buena forma de vivirse), terminamos por agradecer que hay un puente largo que no tiene final. Uno que atraviesa de 7 colores el cielo. Este arco va señalando el espacio infinito de la gracia. En ella no hay prejuicios para comenzar de nuevo y vestir el alma con una capa de 7 colores.

Y te veo y tu me ves. Y tu vestido brilla a la luz de la interpretación de tus sueños. Y así como se pasa del rojo al amarillo y del verde al azul; una mujer de la alta sociedad muere por acostarse con el siervo, y luego lo hace confinar en la cárcel, tal como un rey decide nombrar un preso como su mano derecha.

En esa realidad tan lejana y tan cercana; te reconozco con un rostro diferente, y pienso; si de tanto correr hacia ti, terminé por alejarme.

En la mitad del puente.

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