Nos lo dejó todo


Hace 5 años pinté un cuadro, y la linda persona que me lo está arreglando, me dijo que ya lo tenía listo. El cuadro tiene tres cosas, para mí favoritas: un cerezo, un caballo y una casa japonesa. No tengo caballos, ni cerezos, ni vivo en ese tipo de cultura. Pero me atraen ciertas características de estos tres elementos.

Me fascinan los ritos de esa cultura ancestral; lo que se repite, las estructuras, los acertijos y sus interpretaciones. Me gusta el valor que se le da a los detalles, el significado de cada cosa y el aprecio por las relaciones a largo plazo.

Me maravillan los caballos, por su ánimo y su fuerza para intentar pasar obstáculos. Y a la vez por sus límites y su necesidad se sentirse seguros.

Por último, me encanta el cerezo al levantarse con todo su esplendor después del invierno. Este árbol no tiene memoria del dolor de su pasado y cambia con su presencia todo el paisaje.
Nada más dulce que ver florecer un cerezo en la primavera.

Este cuadro con estas tres cosas, como cualquier pieza de arte, está esperando ser interpretado por quien está en presencia de él. Pero su real valor sólo lo obtendrá, quien sea capaz de conectarse con su esencia. La cual, de alguna forma, es también la esencia del que la creó.

El alma del creador siempre estará expuesta en su obra.  Tal como me dijo mi amigo -que me está arreglando una canción que compuse- : las canciones, como el alma, no deberían estarse entregando a cualquiera. Pero la realidad es que nuestras obras, al nacer, ya no son sólo nuestras.

Nuestro sólo es el pasado que las engendró. Las miradas y las esperas que recreamos con nuestras palabras. La puesta en escena que intenta simular la sensación del viento que rozó las flores del cerezo, el sonido fuerte de los pasos del caballo galopando, y el color de la casa. Toda esa realidad; que se quedó adentro, inmóvil.

Y de pronto, un día cualquiera, nos damos cuenta que han pasado cinco años, y que el árbol, la casa y el caballo; ya no están más adentro, sino afuera. Y cuando veamos el cuadro, nos va a parecer que es tal y como lo soñamos. Porque nosotros siempre nos vamos a quedar con lo que nos dejó la realidad de la espera.  El cuadro, al igual que la canción, fueron creados antes y después de ser vistos. Antes, cuando los creamos; después, cuando fueron interpretados por otros.

Y la realidad es que eso que vivimos, no se quedó estático; sino que se está formando, permanece, y se mueve adentro nuestro. Y así no se revele a nosotros, y creamos que no nos dejó nada. Si nos dejó la esperanza que se teje a largo plazo; la fé fuerte e impetuosa, y el amor que se erige majestuoso después del invierno. Nos dejó una pieza de arte que se levanta imponente. Nuestro futuro.

Nos lo dejó todo.

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