Shma
Josué cargaba una ambivalencia. Era 20 años más joven que
toda la dirigencia del pueblo, pero tenía casi las mismas responsabilidades y
derechos. Era más sabio que toda la generación anterior junta, pero no se
responsabilizaba al 100%. Estaba en la mitad: ni ministraba 100% al pueblo, ni
100% al corazón de Dios. Había alguien que asumía esa responsabilidad por él.
Pero hubo un día que la preparación llegó a su fin y tuvo
que probar verdaderamente de qué estaba hecho. Y en ese momento; la palabra “esfuérzate”
dejó de ser una palabra y se convirtió en una realidad. Pasó a ser un espacio y
un tiempo.
El espacio
Para el perezoso ningún espacio es correcto. Porque la
pereza no es en sí, sólo dejadez. Pereza es voltearse al otro lado de la cama y
decir: No lo voy a intentar, porque es demasiado poco para mí. Soy tan
brillante que esa tarea es muy elemental.
Pero si eres tan brillante, no valdría la pena darle brillo
a la tarea?
Pereza también es voltearse al otro lado de la cama y decir:
Qué tal que falle.
Y sabes? Ni hay que temerlo, porque adivina: a veces vas a fallar; pero no por eso hay que dejar de
intentarlo.
Superar la pereza es actuar y entender que tu creces mejor
que nadie, porque fuiste formado en ríos y te plantaron en tierras fructíferas.
En ese espacio te has movido toda tu vida.
El tiempo.
Porque es el tiempo de comenzar. Y comenzamos en la mitad.
En el lugar donde queremos devolvernos y
no tener responsabilidades, y a la vez queremos avanzar y asumirlas.
Y el sol resplandece más fuerte en la mitad, así como la
tormenta arrecia en la mitad.
Quién se quiere quedar en la tormenta. Nadie. Todos queremos
huir, pero ni siquiera sabemos hacia donde. Vemos a la izquierda y vemos a la
derecha, y ambas se ven exactamente
iguales, y el cielo no nos habla.
Pero tal vez en la mitad es donde se percibe mejor todo. En
el centro estamos muertos a nuestras ideas. No porque no queramos tenerlas,
sino porque no fluyen. Estamos simplemente perdidos. Pero en ese cruce del
tiempo, en donde parece que estamos más solos, se cruza el cielo con el
infierno, y a punta de sangre santa, se abre el futuro a nuestros ojos.
En la mitad de la vida y la muerte.
En la muerte del anterior reinado y en el comienzo del
nuevo. En el lugar donde se prueba realmente la fuerza de la voluntad. En el
sitio donde se mezclan los cálculos con su ejecución, en el tiempo donde se
escucha por fin la música que hace ya mucho tiempo estaba escrita.
La música está en esa hermosa mitad en donde se testifica el
futuro y el presente al mismo tiempo. En donde el tiempo presente es una puerta
al futuro y al pasado. Y en donde estamos tan cerca del cielo que lo podemos
abrir, y tan lejos del infierno, que lo podemos cerrar.
Me pregunto si el tiempo se cruzará con el espacio en esa
muerte -donde la confusión dejó de ser. Y me preguntó si el tiempo se cruzará
con la vida, para ser de nuevo.
A veces las noches largas sin fruto debilitan, pero hay un
momento que llega la mañana y recogemos todo lo que sembramos en la noche, en
un segundo.
Existen 7 años en que nuestras cosechas fueron comidas, pero
habrá un día que se nos devuelven completas. Hay un año que se come de lo que
brota porque sí, otro año en que se come de lo que crece de aquello, pero hay
un tercer año en que se siembra y se siega.
Siempre habrá un tiempo de restitución, de justicia, siempre
habrá un juez capaz de devolver tierras, resucitar muertos y guardar a los huérfanos.
Por eso hoy, en la mitad, en la puerta, en la escalera por
donde suben y bajan ángeles, en el principio, en el final, en el mismo espacio
y en el mismo tiempo.
Estás en el único lugar y tiempo verdadero. Estás en El.
Oye, Israel: El Señor nuestro Dios, El Señor uno es. Dt 6:4
SHMA ISRAEL HASHEM ELOCHEINU HASHEM EXAD
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