Un amor sublime


En un día innombrable. La noche cayó sobre Juan. Quien lo creería. El hombre más creativo, el más adelantado de su tiempo, director de redacción y activista político, estaba hoy en tinieblas. La inspiración dejó de fluir en él, de un momento a otro.

En ese preciso momento... se fue la luz.

- Juan: Marta, qué pasó? No pagamos la luz otra vez! Esta bendita costumbre de dejar todo para el final. Por qué no podemos pagar el día que es.
- Marta: Juan, a ti se te olvidó.
- Juan: Ya.
- Marta: Deberías ir pensando en la vida real, en pagar a tiempo, en casarnos....
- Juan: (silencio)

Juan salió con ganas de salirse de todo. Salirse de la vida, del tiempo, del espacio. A Juan le provocaba irse. Irse y no volver. Tal vez la respuesta estaba en otro país, en otra vida. Una que no fuera la suya, una que no tuviera problemas económicos, ni familiares, ni sentimentales. Una vida diferente.

Y mientras caminaba sintió la oscuridad. Era una noche sin movimiento. Sin aire soplando, sin ruido, sin lágrimas. Era una noche de cansancio, de no querer repetir la misma vida, la misma conversación.

Juan quería desesperadamente dejar de oír el mismo ruido inexistente.

Ana: Hola Juan, qué haces?
Juan: Nada (a Juan también se le había acabado la inventiva)
Ana: Ya….. Interesante eso.
Juan: No, no es interesante. Otra opción acaso?
Ana: Si. No te lo pienses todo. Vive el momento. Disfruta. Qué sacas dejando todo para más adelante. Más adelante cuándo ocurra qué; vas a disfrutar.
Juan: Qué llamas tu vivir Ana?
Ana: Vivir es no pensar nada. Es hacer lo que quiero, cuando quiero.
Juan: Y después de eso qué?
Ana: Nada. Qué más quiero.
Juan: La vida no puede ser eso. La vida debe ser más. Debe tener un fin. Cuando terminas de disfrutar, qué te queda? Ahí estas tu y nadie más Ana.
Ana: Ay no Juan, tu y esos cuentos. Yo necesito otro tipo de hombre. Uno que no se lo piense tanto todo.
Juan: Pues Ana, este soy yo. Si buscabas otro, ese no era yo; entonces, no me buscabas a mi. Aquí no hay engaños, no hay trampas, ni caminos cortos. Sólo yo.
Ana: Saludos Juan, nos vemos.

No habían pasado 10 minutos, y ya estaba lloviendo. Y Juan no se movió un milímetro. Qué sentido tenía moverse si se iba a mojar de todos modos.

Incluso a veces llovía dentro de la casa. Llovían llantos de secretos que todos sabemos y no decimos.
Del techo; a veces caían palabras de día y noche, con pinta de lágrima reprimida y sabor a sal en la boca.

Llovía, llovía todo el tiempo. Llovían lamentos por las rendijas de las puertas cerradas por miedos no dichos. Corría agua. Llovía todo el tiempo.

Y de tanta noche y tanta lluvia, Juan se perdió.

Juan: -Lo que me faltaba. Ahora que había empezado a caminar hacia la casa, en dirección al sonido que no descansa; en donde se trabaja, se ama, y se hereda. Derecho hacia ese sonido que no quiero oír; pero que me persigue, así yo trate de huir de él.

Tanto sonido me aturdió. Bendito sonido en que me perdí.

De pronto el cielo le empezó a hablar. Es decir: Empezaron los relámpagos. Y en esa inconciencia Juan empezó a correr. Corría para todos lados, sin sentido.

Pero estaba corriendo. No sabía muy bien si se estaba alejando o acercando a la casa, pero de una cosa estaba seguro, estaba corriendo. “Y si te esfuerzas llegas”, le habían dicho. A veces lo que la gente dice no es cierto.
Juan terminó en un taxi emparamado y desvelado.

Llegó a la casa sin darse cuenta cómo. Y ya con el corazón lavado de tanta lluvia, y la vista nublada de tanto desvelo.

Vio a Marta en la entrada.

- Juan: Marta, qué haces acá?
- Marta: Vengo por el libreto. Te acuerdas que quedaste de entregármelo a esta hora, para que yo pueda hacer mi programa de radio?
- Juan: No Marta. No me acuerdo de nada. Y la verdad, no lo tengo listo. De hecho estoy demasiado triste para hacer nada.
- Marta: Juan, qué te pasa?
- Juan: No sé, me siento sin destino. Sin vida.
- Marta: Tal vez, si. Tal vez , no
- Juan: Qué quieres decir?
- Marta: Qué te hace feliz a ti Juan?
- Juan: No sé. Nada es absoluto. Todo tiene un lado triste.
- Marta: Eso no es cierto.
- Juan: Que sabes tu de la verdad?.
- Marta: Solo se una cosa Juan, tu problema no es de vida.
- Juan: No?
- Marta: No, Juan, te falta conocer un amor sublime.
- Juan: (Juan desconfiaba de la respuesta, pero por prudencia no dijo nada).
- Marta: Si sé. Sé que no duermes pensando. Sé que no comes por hacer muchas cosas. Yo sé que no vives.
Si tu vida tuviera un sentido para ti, aún los relámpagos te parecerían bellos. Tu problema no es de tiempo ni de espacio.

Tu no amas, y no te sientes amado. Tus esfuerzos no son otra cosa que una búsqueda de sentido. Pero el sentido no te lo dan otros como has pensado. El sentido se obtiene experimentando un amor sublime.
Esta rara aleación sólo se produce cuando mueres a ti mismo. Cuando dejas de esperar recibir y te limitas a darlo todo. Amar se reduce a una sola cosa: Deshacerse de sí mismo, para serlo todo para alguien.
Juan no dijo nada. Simplemente su alma dejó de escuchar ese ruido ensordecedor; y pudo ver la luz que salía de los ojos de Marta. La mujer del amor sublime.

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