Flores de cerezo


Estaba pensando en por qué me gustan los árboles de cerezo. Y bueno, me gustan porque florecen por muy poco tiempo. En un momento, como el amor, florecen en todo su esplendor. Pero su magia no sobrevive mucho tiempo.  Es algo así como el brillo del amanecer o la imagen de una persona en una foto. Quisiéramos que la foto retuviera la mirada que nos hizo esa persona, o la expresión con que nos sonrió. Pero las fotos no hacen memoria, nada puede fotografiar el alma. Cuánto quisiéramos que al verla; pudiéramos ver esa mirada, o esa sonrisa. Pero la vida no se puede retener, es eterna. 
La eternidad de la vida también es incontenible en el recuerdo mental de las personas. Si pienso en las personas que conozco, no puedo retenerlas en mi mente, se tienen que quedar en el corazón -que es el único lugar infinito.
Ni aún su nombre alcanza a decir lo suficiente de las personas cuando las nombro. Fernando, Arturo, Marcelo, no alcanzan a decir quiénes son. Sólo yo puedo interpretar qué quiero decir cuando los llamo por su nombre.
Lo mismo sucede con las palabras con las que expresamos lo trascendente. Amistad se entiende igual que cariño, pero a veces se siente parecido a celos. Y ni qué decir cuando la confundimos con deseo.
Y si combinamos verdad con eternidad y decimos Dios, tampoco nos vamos a poner de acuerdo sobre su significado. Y entonces, como los cerezos, nos entenderemos sólo un segundo. Un instante irreal en que las almas fluiremos en el mismo tiempo y espacio; con toda la verdad que encerramos cuando miramos realmente, dentro de un silencio verdadero. 
Por eso me gustan los cerezos, porque su exuberancia encierra lo inexplicable de lo eterno. Y aunque trate de capturar su divinidad, viéndolos constantemente, en tres días ya no van a estar - así yo intente encerrarlos en una imagen. En tres días, serán el mismo árbol, pero no serán el mismo cerezo. 
Como hoy ya no somos los mismos que éramos y mañana no seremos los mismos que somos. Pero lo interesante es que siempre intentaremos recordar el día en que el tiempo vistió de rosado nuestras hojas. 
Ojalá el tiempo que viene, no nos robe la capacidad de ver y ser vistos con el color de la primavera; el color de los árboles de cerezo. 

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