Estoy aquí


Como un niño se sienta, pone su cabeza sobre sus rodillas, y recostado sobre una puerta, llora. Tú, estas llorando. Y no estas llorando como siempre, ni estas desconsolado. Estas así: mirando a lo lejos, sin ver otra cosa que un rostro. Y no te duele, le tienes de alguna forma temor. No lo entiendes. Por qué? Porque siempre los victimarios tienen el poder de hacer sentir a sus víctimas culpables.
Y tu sabes que la verdad, la culpa no la tuvo el silencio con que contestaste, ni las vueltas que no quisiste entregar. Sabes que fue desamor, y no precisamente el tuyo. No fue el silencio de la respuesta, ni de las vueltas, ni de la falta de preparación; siempre se trata de algo más profundo, imposible de asir con palabras. El amor se genera a partir de dos almas, no funciona con una sola. Y las evidencias de esta verdad las tienes al frente, y siempre son más fuertes que las de la mentira.
Y yo, tu hermano, vengo a pagar el juicio de lo que te hicieron. Se me juzga porque como todos fallaron, yo, seguramente, también fallé. Yo no estaba muy cerca de ti, pero ya estaba condenado.
Condenado porque recibí amor y tu no; pero no porque no te hubieran amado a ti, sino porque te habían herido tanto, que el amor te pasaba derecho.
No te gusta lo que hacen los demás? Claro que no te gusta, estas tan obsesionado con los demás, que jamás intentas hacer lo tuyo. Y tu rostro se ha ido oscureciendo, y has empezado a disfrazar el odio con desapego. Y últimamente dices: yo no soy responsable de tu vida.
Me encanta oírte disfrazar el veneno con la responsabilidad: Soy tan responsable que no me toca.
Pero no te juzgo, la verdad es que ya te juzgaste. Ya te condenaste y ahora todos tenemos que soportar la señal de la muerte en tu rostro.
Pero de donde salió todo esto. Nuevamente, no se trataba de la muerte, se trataba de la vida. Te cansaste de ella, y es normal. Quién no se cansa de una vida obsesionada por obtener resultados de los demás. Pero te quiero contar, tus resultados no están en los demás, están en ti. Pero créeme; hoy no tengo ganas de consejos, ni de largas retahílas de lo que se debió haber hecho.
Vengo sólo a ofrecerte que confíes en que todo puede cambiar, si sólo te enfocas en ti, en vez de hacerlo en los otros. Sólo vuelve conmigo a la casa de nuestros padres, a la antigua manera de hacer las cosas. Vuelve a bañarte largo tiempo, y vístete despacio. Y comienza hoy este amanecer como si fuera el primero. Y yo, tu mejor amigo, tu hermano, estoy contigo. Sentado, y aunque no lloro (porque la hombría no me da para eso), por dentro, estoy llorando. Y las evidencias están aquí escritas.
Yo hoy tengo tiempo: estoy aquí.

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